Luis Ángel Campalans, el “Coco”, nació en Montevideo el 8 de junio de 1925 y murió de manera prematura e inesperada en su ciudad natal, el 18 de setiembre de 1978. Fue uno de los pioneros de la nefrología y de la medicina intensiva en el Uruguay. Dueño de una singular formación profesional y académica, en la que se combinaron de manera poco habitual, la fisiopatología y la clínica.
Fue Practicante Interno, Ayudante de Clase y Ayudante de Investigación de Fisiopatología, Adjunto del Laboratorio Cardiorrespiratorio, Adjunto y Asistente de Clínica Médica, Asistente y Jefe de Sala del Dpto. de Emergencia del H. de Clínicas, Prof. Agdo. de Medicina, Adjunto, Asistente y Prof. Agdo. de Nefrología. En el ámbito privado, su actividad más destacada fue la creación y conducción de la Unidad de Cuidado Intensivo de IMPASA, una de las primeras del país.
Junto con Dante Petruccelli, tomó el desafío de continuar y profundizar el camino iniciado por Adrián Fernández a fines de la década del 50’, en el uso de las técnicas de diálisis para el tratamiento de la injuria renal aguda (IRA). El ala este del piso 12 del Hospital de Clínicas fue el centro geográfico de esta nueva disciplina, y fue también el centro de influencia de un grupo de médicos y médicas, con diversas formaciones y especialidades, que cristalizó con el paso del tiempo, en dos nuevas y pujantes especialidades: la nefrología y la medicina intensiva.
Campalans supo combinar de manera particular, una sólida formación en fisiopatología con un particular sentido clínico, que ejerció con rigor científico y honestidad intelectual. Su convicción del valor de la clínica y particularmente de la semiología, queda claramente manifiesta en una frase que no se cansaba de repetir: la mayoría de los errores de diagnóstico se deben a un interrogatorio insuficiente o a un exámen clínico incompleto. Tenía como pocos, la capacidad de identificar cual era “el” problema del paciente, sobre el cual desarrollaba el proceso diagnóstico y la propuesta terapéutica.
Esa formación en 3 áreas claves como la renal, respiratoria y cardiovascular, junto con su permanente reflexión clínica crítica, le hizo percibir que debería existir un nexo causal común, lo que fue descrito y desarrollado posteriormente, con el concepto de disfunción orgánica múltiple. Esa misma actitud de análisis y reflexión de la práctica clínica, lo llevó a comprender que cuando una IRA aparecía en el postoperatorio, el momento en que lo hacía marcaba las causas probables de la misma. Una instalación temprana, en las primeras 48 horas, debía dirigir la atención a un trastorno hemodinámico en el pre o intraoperatorio o un accidente transfusional. Por el contrario, si ocurría más allá de ese lapso, una infección y particularmente una peritonitis si se trataba de cirugía abdominal, era la causa que debía pesquisarse, dando comienzo así a una larga disputa con respecto a la reintervención oportuna. Queda claro que estos ejemplos de los aportes de Campalans al mejor conocimiento de los pacientes graves con IRA, ocurrieron antes del comienzo de la Medicina Intensiva en el país, con la inauguración del primer CTI en el Hospital de Clínicas en 1971.
La capacidad docente fue otra de sus facetas destacables. Enseñaba casi sin darse cuenta; en toda su práctica profesional estaba presente la trasmisión de conocimientos al otro, ya fuera estudiante, médico, enfermera. Y cuando se proponía enseñar, lo hacía con la naturalidad de quien tiene esa capacidad de manera innata. El “aula” era la cama del enfermo, el ateneo clínico, o donde se presentara la oportunidad de enseñar. En un escritorio del Piso 12, saliendo el Coco con el cansancio de su guardia semanal en Emergencia, me enseñó para siempre la fisiopatología del shock.
Así como con la docencia, lo que le tocó dirigir lo hizo con natural autoridad. Es cierto que no fue un gran organizador, administrador o gestor, pero es igualmente cierto que su fuerte personalidad profesional, su solidez científica y el profundo respeto por el otro, imponía un orden que hacía que todo girara como debía girar.
De joven supo jugar al basquetbol, dicen que muy bien, y de siempre disfrutó el buen cine. Seguramente hubiera sido un excelente crítico de cine, si la vocación médica no se hubiera puesto en su camino.
Se van a cumplir 49 años de su muerte, casi los años que le dio la vida para ser quien fue. Mucho tiempo para lo primero y poco para lo segundo.
Quienes lo conocimos y aprendimos de él, atesoramos ese privilegio. Lástima que sólo sea transferible el relato. Lo demás queda en cada uno de nosotros.
Raúl Lombardi
2019
Créditos: foto a la derecha: Petruccelli D et al. Recuerdos de los comienzos de la Nefrología en el Uruguay. Montevideo: 2009.
Comments are closed